Leopoldo tiene 94 años.  Vivió las vicisitudes del siglo XX y se adentró un cuarto del siglo XXI. Ha visto tantas cosas. Guerras, revoluciones, olimpiadas, campeonatos mundiales, alunizajes. La amenaza nuclear, el cambio climático, el efecto invernadero, las hambrunas en África. De lo bueno se enorgullece, en lo malo ha mantenido su optimismo con respecto a la viabilidad del ser humano. Hasta que se enteró que en una gran parte del orbe la tasa de natalidad ha descendido considerablemente. Los medios tratan la noticia en términos alarmantes (cuando no). Cuando ya casi llega a término su vida está convencido que nos enfrentamos al fin de la humanidad. 

Según un estudio demográfico del Instituto de Métricas y Evaluación de Salud de la Universidad de Washington, para el año 2050 se espera que tres cuartas partes de los países del mundo tengan tasas de fertilidad tan bajas que les impedirán mantener el tamaño de su población. Para el comienzo del siguiente siglo se proyecta que el 97% de los países seguirán esta tendencia. En términos simples, esto significa que morirá más gente de la que nacerá. El estudio, publicado en la revista The Lancet, concluye:

“Las tasas de fecundidad futuras seguirán disminuyendo en todo el mundo y seguirán siendo bajas incluso si se aplican con éxito políticas pro natalidad. Estos cambios tendrán consecuencias económicas y sociales de gran alcance debido al envejecimiento de la población y la disminución de la fuerza laboral en los países de ingresos más altos”.

La disminución de la natalidad puede asociarse a varios factores que se conectan. Entre los principales, el acceso a métodos anticonceptivos , la educación y la concienciación sobre la planificación familiar, cambios en las prioridades y estilos de vida, que las parejas están posponiendo o eligiendo no tener hijos en favor de carreras profesionales, la creciente participación de las mujeres en la fuerza laboral, el aumento del costo de vida. Cambios culturales y sociales que han redefinido una visión de familia. El cambio del peso en la importancia de una vida centrada en la realización personal,  han redundado  en una menor presión social para formar familias numerosas.

Cuando Leopoldo se casó tenía en su mente tener muchos hijos. Fueron cinco. Su carrera profesional fue pensada en torno a su capacidad de poder darle a su familia el mejor pasar posible. Educación en colegios privados, alimentación de calidad, una casa cómoda y segura. Nunca pensó su vida por separado de su familia. Entonces le cuesta mucho entender a la gente que antepone sus intereses sobre la sagrada misión de procrear y poblar la tierra. 

Las consecuencias de la reducción de la natalidad son variadas. En lo más evidente, una menor tasa de natalidad puede llevar a una disminución en la fuerza laboral, lo que a su vez puede afectar el crecimiento económico. Ya, en lo más contingente, se discute con preocupación como se podrá sostener un sistema de pensiones y atención médica, considerando que una proporción creciente de la población depende de una base cada vez más reducida de trabajadores activos. 

En la actualidad estamos viendo que la reducción de la natalidad está teniendo efectos sobre el equilibrio demográfico entre países. Mientras que algunos países experimentan una disminución de la población, otros, especialmente en regiones menos desarrolladas, siguen viendo un crecimiento poblacional acelerado, acentuando las desigualdades y tensiones geopolíticas. La principal expresión de este fenómeno es la migración masiva desde polos de menor desarrollo económico y mayor crecimiento poblacional, a países más desarrollados y con baja natalidad. Generando trasformaciones sociales, económicas y culturales que sólo a largo plazo será posible evaluar. En lo inmediato, conflictos con parte de las comunidades locales, que comienzan a resistirse a la llegada de inmigrantes y las consecuencias que conllevan. 

Resulta difícil afirmar si el fenómeno de la disminución de la población será, a largo plazo, positivo o negativo. Lo que para gente como Leopoldo es catastrófico, un anuncio del fin de la humanidad, para otros es un camino necesario de recorrer. El sostener el crecimiento permanente de la población, requiere mantener un crecimiento económico que vaya a la par, lo que ha terminado pasando la cuenta en la degradación del medio ambiente. A fin de cuentas, pareciera que el aumento de la población conduce a un callejón sin salida. 

Quizás la respuesta a los temores de Leopoldo sea que la baja en la natalidad no trae consigo el fin de la humanidad, sino el fin de una forma de proyectarnos como seres humanos. Deberemos redefinir una mirada de futuro, concentrándonos en transformaciones culturales que, por ejemplo, sepan resolver el fenómeno de la migración, centrándolo en la educación y la integración. Y, en algo que quizás nos duela, aprender a vivir con menos comodidades, cambiando nuestras prioridades. 

por Mauricio Jaime Goio


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