Suele decirse que el tiempo es oro. Lo que, en lenguaje simple y llano, significa que podemos darle un valor monetario a cada instante de nuestra vida. Quizás podríamos, incluso, llegarnos a transar en la bolsa, en función, claro está, de nuestra productividad. Tal como el noble metal, llegamos a la conclusión que el tiempo es un bien escaso que debe aprovecharse a cabalidad. 

El escritor peruano Pedro Cornejo, en un artículo en el diario El Comercio, escribe que “afirmar que el tiempo es dinero significa decir que nuestra vida también lo es y que todos y cada uno de nuestros actos (y de las creencias, ideas y emociones asociadas con ellos) son dinero y, como tal, deben ser invertidos de acuerdo a la ecuación costo-beneficio para generar ingresos contantes y sonantes”. Es un eje organizador de nuestra cotidianeidad, que nos llama a organizar nuestra vida en torno a una ecuación de productividad.

No es raro, entonces, que el uso eficiente y productivo del tiempo se transforme en un gran tema. Esta visión economicista de la vida cotidiana, ligada a la productividad, puede llegar a determinar nuestro día a día, afectando el bienestar mental. Al punto que algunos sicólogos han acuñado un nombre para denominar una patología que define esta obsesión: cronopatía. Se entiende como la obsesión por ser productivos y aprovechar al máximo el tiempo, lo que supone una gran dificultad para detenerse a descansar.

“Probablemente la cronopatía es un desorden ansioso que conduce a estrés y burnout, donde observamos la imposibilidad de desconectarse del modo trabajo. Es una suerte de automatización mental y una imposibilidad de descansar”, afirma la sicóloga Soledad Anunch.

Contra todo mal, siempre hay un remedio, dice el refrán popular. En el caso de la cronopatía, los especialistas dicen que nada mejor que el ocio. Pero no el ocio programado que nos ofrece la sociedad actual como aquel de la televisión, el internet, los juegos en línea o el streaming. Algo muy antiguo, que los italianos han llamado dolce far niente. El dejar de lado el ritmo de vida cotidiana y dedicarlo a la introspección. A disfrutar del instante.

Desde los albores de la civilización que se reconoció esta necesidad de estos momentos de interrupción en el ritmo de vida cotidiano. “En Grecia el concepto de ocio estaba ligado a ese tiempo libre para poder ocuparse de uno mismo. Tomar ese espacio para reflexionar sobre uno, poder hacer una revisión de lo que he hecho, sin la obligación de producir algo”, afirma el sicólogo Rodrigo Cornejo.

A fin de cuentas, el dolce far niente es una filosofía que resalta el valor de disfrutar momentos de inactividad o de simple contemplación sin ninguna presión o propósito concreto. Permite romper con la rutina y dejar a un lado las obligaciones y preocupaciones diarias. Esta pausa intencional contribuye a disminuir los niveles de cortisol (hormona del estrés) y permite al cerebro relajarse, lo que es crucial para mantener el equilibrio emocional.

Son estos momentos de calma e inactividad los que abren un espacio para la introspección y la reflexión. Nos permite reconectarnos con pensamientos, emociones y deseos, reencontrándonos con una mejor versión de nosotros mismos. El dolce far niente puede ser una oportunidad para conocerse mejor y ajustar prioridades personales.

La mente necesita momentos de inactividad para procesar información y generar nuevas ideas. Los tiempos de no hacer nada pueden llegar a estimular la creatividad, brindándonos espacios para que el cerebro divague y explore pensamientos sin restricciones. Muchos estudios indican que las grandes ideas surgen cuando las personas están en un estado relajado y libre de tareas específicas.

Tomarse el tiempo para no hacer nada puede parecer improductivo, pero en realidad mejora la capacidad de concentración y atención cuando se retoman las actividades. Este descanso mental recarga el cerebro y lo hace más eficiente y resistente al desgaste cognitivo. A fin de cuentas, aprender a disfrutar de momentos de inactividad ayuda a evitar la obsesión con la productividad constante, que puede llevar al agotamiento o burnout. Al permitirte momentos de pausa, es más probable que puedas mantener un ritmo de vida más sostenible y saludable.

El simple acto de relajarse y no sentir culpa por no estar «haciendo algo útil» tiene un gran impacto en el bienestar emocional. Nos recuerda que está bien disfrutar de los pequeños placeres de la vida sin presión externa. Este tipo de enfoque fomenta una relación más saludable con uno mismo, basada en el autocuidado y el respeto por las necesidades personales.

En resumen, el dolce far niente no es solo una invitación a la ociosidad, sino una forma de promover una salud mental equilibrada, reconociendo la importancia de los momentos de calma y disfrute simple en una vida plena y consciente. Y, para los que insisten en vivir con la calculadora en mano, es gratuito. Nos basta con un pequeño espacio dónde botar nuestra humanidad, y un trozo de cielo azul en el cual perdernos.

Por Mauricio Jaime Goio


Descubre más desde Ideas Textuales®

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.