Dirán que pasó de moda la locura.
Dirán que la gente es mala y no merece.
Más yo seguiré soñando travesuras,
(acaso multiplicar panes y peces).
Yo no sé lo que es el destino.
Caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino.
Yo me muero como viví.
Yo me muero como viví… 

El Necio. Canción de Silvio Rodríguez

En la ciudad de La Habana, los edificios coloniales que alguna vez fueron sinónimo de esplendor, ahora se alzan como ruinas de un tiempo que parece haberse detenido. Las fachadas agrietadas, el salitre acumulado en los balcones y los escombros que se dispersan por las calles son los testigos mudos de un proyecto político que, a lo largo de las últimas seis décadas, ha visto cómo sus promesas se desvanecen. El sueño revolucionario cubano, liderado por Fidel Castro desde 1959, languidece en medio de una crisis económica crónica y un aislamiento internacional que han dejado su marca en la capital.

Pero, en medio de este colapso, la voz de Silvio Rodríguez, uno de los artistas más emblemáticos de la Revolución, sigue resonando. En 1991, en uno de los momentos más críticos para Cuba, cuando el bloque socialista se desmoronaba, Silvio escribió El necio, una canción que simboliza su lealtad inquebrantable a la Revolución y a Fidel Castro. «Cuando escribí ‘El necio’, estaba pensando en Fidel y, hasta cierto punto, en mí», confesó el trovador en una entrevista reciente. En un país donde la política y la vida cotidiana se entremezclan de forma inevitable, El necio se ha convertido en una especie de himno de la obstinación revolucionaria.

Sin embargo, mientras Silvio canta a la resistencia, La Habana se desmorona. La capital cubana, que una vez fue el escaparate del socialismo tropical, hoy es el reflejo de un régimen que lucha por mantenerse en pie. Los derrumbes de edificios son tan frecuentes como los apagones que oscurecen la vida diaria de sus habitantes. Las fachadas que alguna vez representaron el orgullo de la Revolución son ahora el rostro visible de su decadencia. El gobierno cubano, lejos de poder restaurar el esplendor perdido, parece más interesado en atraer turismo extranjero con nuevos hoteles de lujo que en mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos.

Las promesas de la Revolución, como los sueños que una vez encendieron la imaginación de los cubanos, se han ido apagando lentamente. Desde los años 90, cuando la caída de la Unión Soviética cortó el apoyo financiero que mantenía a flote la economía de la isla, Cuba ha sufrido una crisis que no termina. El famoso «período especial» fue solo el comienzo de una serie de ajustes económicos que nunca resolvieron los problemas de fondo. En 2021, el Estado cubano apenas alcanzó el 58% de su plan de construcción de viviendas, un síntoma más de la incapacidad para cumplir con las necesidades básicas de la población​.

A pesar de la situación crítica, Silvio Rodríguez no ha dejado de defender el legado de la Revolución. En su blog, tras la muerte de Fidel Castro en 2016, escribió: «Uno de los seres humanos más extraordinarios de todos los tiempos. Desde que yo era niño lo vi como a un maestro del humanismo». Pero esa visión de Fidel como un líder humanista parece estar cada vez más distante de la realidad que enfrentan los cubanos de a pie. La Revolución que prometía una vida digna para todos se ha convertido en una sombra de lo que fue, una lucha diaria por la supervivencia.

En El necio, Silvio se declara fiel a sus ideales, a pesar de las críticas y de los desafíos que ha enfrentado a lo largo de su carrera. «Yo me muero como viví», canta con convicción. Pero esa necedad, esa obstinación, parece resonar en un vacío. La Cuba que defendía Silvio, la que representaba el sueño revolucionario, se ha transformado en un país en el que los jóvenes solo sueñan con emigrar. El éxodo masivo de cubanos hacia el extranjero es una de las manifestaciones más claras del fracaso del modelo revolucionario.

La Habana, esa ciudad que alguna vez fue símbolo de resistencia y esperanza, es ahora una metáfora del declive del sistema que la construyó. Los turistas pasean por sus calles y disfrutan del encanto decadente que ofrece la ciudad, mientras los cubanos lidian con la realidad de una infraestructura en ruinas y una economía paralizada. La supervivencia se ha convertido en el arte de muchos de sus habitantes, que enfrentan apagones, escasez de alimentos y una inflación descontrolada.

El contraste entre las ruinas de La Habana y las letras de El necio es evidente. Mientras Silvio Rodríguez sigue siendo el trovador de la resistencia, la ciudad parece haberse rendido. Las canciones que un día inspiraron a una generación ahora son un eco lejano de un ideal que no se materializó. La Habana, al igual que la Revolución cubana, se desmorona lentamente, sin que nadie parezca capaz de evitarlo.

Al final, El necio no es solo un canto a la lealtad a Fidel Castro y a la Revolución. Es también una elegía por un sueño que, como los edificios de La Habana, se ha venido abajo con el paso del tiempo. Silvio Rodríguez sigue cantando, pero la realidad de Cuba, marcada por la decadencia y el exilio, parece haber dejado atrás al trovador que se niega a aceptar el fin de un mundo que, para muchos, ya ha desaparecido.

por Mauricio Jaime Goio


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