A poco más de 50 años del retiro de las tropas norteamericanas de Vietnam, la sola mención de su nombre sigue evocando las imágenes desgarradoras de una guerra que marcó la segunda mitad del siglo XX. Un conflicto que, en su núcleo, fue una confrontación entre dos modelos ideológicos irreconciliables: el capitalismo y el comunismo. Sin embargo, para sorpresa de muchos, Vietnam ha emergido como una nación próspera y pujante. Su historia reciente es una muestra de resiliencia y adaptación, un viaje que pocos habrían imaginado en los días oscuros de la guerra.

La Guerra de Vietnam fue mucho más que un enfrentamiento armado; fue un campo de batalla simbólico de la Guerra Fría. La división del país en Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, marcada por el paralelo 17, reflejaba una lucha global que se extendía más allá de sus fronteras. Estados Unidos, temeroso de la expansión del comunismo en Asia, intervino para sostener al gobierno de Vietnam del Sur, mientras que la Unión Soviética y China respaldaban al Norte. Esta guerra dejó un paisaje devastado, millones de muertos y una profunda crisis de identidad en Estados Unidos. El síndrome de Vietnam se arraigó en la conciencia estadounidense, inyectando desconfianza hacia las intervenciones militares y marcando su política exterior durante décadas.

La guerra dejó una marca indeleble en la cultura mundial. En Estados Unidos, los ecos de Vietnam resonaron en la música, el cine y la literatura. Las canciones de protesta, las películas sobre soldados atrapados en la jungla. Todo era un grito de advertencia, un recordatorio del costo humano y moral de las intervenciones ideológicas. El soldado estadounidense perdido en un terreno desconocido se convirtió en la metáfora del absurdo de un conflicto que no solo sacudió las fronteras de Vietnam, sino también las certezas occidentales sobre poder y hegemonía.

En América Latina, el conflicto de Vietnam inspiró los movimientos revolucionarios que florecían en aquellos años. La resistencia del Vietcong contra una potencia militar extranjera se leía como un acto heroico, un modelo a seguir en la lucha contra la opresión imperialista. Intelectuales y activistas se miraban en el espejo vietnamita y encontraban una guía moral y política. Sin embargo, esta misma narrativa era utilizada por las dictaduras militares respaldadas por Estados Unidos como un argumento contra la amenaza comunista, agudizando la polarización ideológica en la región.

Pero al caminar hoy por las calles de Hanói o Ciudad Ho Chi Minh, es difícil imaginar nada de lo dicho con anterioridad. La vida bulle en esas ciudades, las motocicletas llenan las avenidas, y los rascacielos reflejan la luz de una economía que avanza a un ritmo imparable. Tras años de un modelo centralizado y planificado, Vietnam adoptó las reformas del Doi Moi en 1986, dando paso a una economía de mercado que abrió al país al mundo. Este cambio inició un proceso de modernización que hoy lo coloca entre las economías de más rápido crecimiento en Asia.

El crecimiento económico ha sido asombroso. Vietnam ha logrado un crecimiento anual del PIB cercano al 7% y se ha convertido en un centro global de producción tecnológica. Multinacionales como Apple han trasladado parte de su producción al país, y el flujo de inversión extranjera ha dinamizado sectores como la agricultura, la industria y la tecnología. La urbe de Ho Chi Minh se ha convertido en un polo industrial y comercial, atrayendo no solo capital extranjero sino también inmigrantes que ven en Vietnam una tierra de oportunidades económicas.

Sin embargo, el desarrollo no ha estado exento de retos. La desigualdad social persiste, y las secuelas del rápido crecimiento se manifiestan en tensiones sociales y desafíos medioambientales. Vietnam sigue siendo una República Socialista bajo la dirección del Partido Comunista, que mantiene un control significativo sobre la economía y la sociedad. Este equilibrio entre pragmatismo económico y autoritarismo político ha permitido a Vietnam avanzar hacia la modernidad, aunque no sin contradicciones internas.

Vietnam es hoy un país en pleno auge, un testimonio de la capacidad de un pueblo para reinventarse a pesar de los horrores de su historia. La guerra dejó cicatrices profundas, pero el país ha sabido transformar su pasado en una lección de resiliencia y pragmatismo. Los desafíos que enfrenta no son muy diferentes de los de otras economías emergentes: cómo armonizar el crecimiento económico con la sostenibilidad ambiental, cómo mejorar la calidad de vida de sus habitantes sin sacrificar el control político, y cómo definir su identidad en un mundo que cambia vertiginosamente.

En la Vietnam actual se entrelazan las complejidades del siglo XXI: tradición y modernidad, autoritarismo y mercado libre, memoria y futuro. La guerra que una vez definió al país es ahora solo un capítulo en una historia más amplia de reinvención y esperanza. Para aquellos países que permanecen anclados en luchas internas, Vietnam ofrece una lección. ¿Qué dirían hoy Fidel o el Che al ver esta transformación? Tal vez se quitarían el uniforme verde oliva y aceptarían que, en 50 años, ha pasado demasiada agua bajo el puente.

Por Mauricio Jaime Goio.


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