En la quietud de la noche, cuando el mundo se apaga y todo parece reducirse a juegos de sombras, hay una tristeza que se filtra en el aire, espesa, incómoda, como una niebla que lo envuelve todo. La llaman “depresión nocturna”, un término que ha ganado adeptos en las redes sociales, pero que es apenas una etiqueta para algo más profundo, más ancestral: la melancolía que nace cuando la oscuridad lo cubre todo.
Hay una razón por la que, cuando la luz del día se desvanece, muchos de nosotros sentimos que caemos en un abismo. En la noche, el silencio pesa. La mente se desnuda y, sin el ruido de la cotidianidad, surgen pensamientos que en el día parecían olvidados. Algunos lo llaman insomnio, otros ansiedad, pero todos comparten el mismo malestar: un estado de ánimo que se desploma y que, por alguna razón, siempre parece intensificarse cuando el sol se ha ido.
Theresa Miskimen Rivera, profesora clínica de Psiquiatría en la Universidad de Rutgers, lo describe con una sencillez casi brutal: “Es esa sensación de que la vida no tiene sabor, de que nada tiene sentido. De repente, la alegría se desvanece”. Pero no es solo un golpe emocional, es también físico. El cuerpo parece resentirse, la cama se vuelve un campo de batalla, y el sueño, ese refugio que durante siglos hemos considerado sagrado, se convierte en un adversario.
El insomnio es solo una de las razones por las que la depresión nocturna aflora. La soledad, el alcohol, las drogas o incluso el café mal medido durante el día pueden ser los detonantes. Sin embargo, hay algo más profundo, una fuerza invisible que nos empuja al borde de ese precipicio emocional: el ritmo circadiano, el reloj biológico que controla nuestro sueño, nuestra vigilia, y también, en gran parte, nuestro estado de ánimo.
En los estudios, el patrón es claro: las emociones negativas alcanzan su punto más alto en mitad de la noche, a eso de las tres de la mañana, cuando el cuerpo ya debería estar sumido en el descanso más profundo. Es entonces cuando lo peor aflora, como si las sombras exteriores se colaran dentro de nosotros. La melatonina, la hormona que induce el sueño, sigue su curso, pero en lugar de apaciguar, parece avivar el malestar.
Lo que ocurre en la noche no es solo un fenómeno pasajero. Para algunos, la depresión nocturna es una señal de algo más grave, una depresión clínica que se disfraza de cansancio o tristeza. Para otros, es simplemente un reflejo de las circunstancias: el estrés acumulado, la falta de descanso o la angustia por lo que viene mañana. Pero sea cual sea la causa, la noche, con su oscuridad implacable, es el escenario perfecto para que todo esto cobre vida.
Hay quienes han encontrado una especie de refugio en las rutinas estrictas, en la búsqueda de un orden que desafíe la incertidumbre nocturna. Sarah L. Chellappa, experta en ritmos circadianos, recomienda horarios fijos para dormir y despertar, evitar las siestas diurnas y, sobre todo, desconectar de la tecnología antes de acostarse. Pero no siempre es suficiente. Las horas avanzan, el reloj sigue su curso, y la mente, fiel a su naturaleza, se desborda.
Miskimen Rivera sugiere una técnica simple, casi primitiva: un lápiz y un papel al lado de la cama. Anotar lo que pasa por la mente puede ser una forma de desterrar los pensamientos que no dejan en paz. Volver a ellos en la mañana, cuando la luz del día los vuelve más pequeños, es una manera de recordar que la oscuridad de la noche es solo eso: un reflejo momentáneo de algo que, con el tiempo, también pasará.
El problema es que no siempre pasa. Hay noches en que la tristeza es tan profunda que parece devorar todo. Hay veces en que lo que empezó como un simple malestar se convierte en una angustia que persiste día tras día. En esos casos, buscar ayuda profesional es el paso necesario. Porque la depresión nocturna, con toda su apariencia cotidiana, puede ser el principio de algo mucho más oscuro.
Y es en esas noches largas y solitarias, cuando la ciudad duerme y el mundo parece detenido, que los pensamientos nos recuerdan nuestra vulnerabilidad. Pero también, nos recuerdan que, aunque la noche parezca infinita, siempre llega el amanecer. Aunque a veces, para algunos, ese amanecer se hace esperar demasiado.
por Mauricio Jaime Goio.
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