El hidrógeno verde es un tipo de combustible limpio producido mediante un proceso llamado electrólisis, que utiliza electricidad generada por fuentes renovables, como la energía solar o eólica, para separar las moléculas de agua (H₂O) en hidrógeno (H₂) y oxígeno (O₂). Un motor que utiliza hidrógeno verde funciona a través de celdas de combustible que convierten la energía química almacenada en el hidrógeno en electricidad. Este proceso comienza cuando el hidrógeno almacenado en tanques pasa a una celda de combustible, donde se combina con oxígeno del aire en una reacción electroquímica. Este método garantiza que la operación sea 100% libre de emisiones de carbono.

En un mundo donde el cambio climático redefine las prioridades globales, Chile ha decidido apostar fuerte por este sistema, lo que promete una solución a sectores tradicionalmente difíciles de descarbonizar, como el transporte pesado, la industria química y la producción de acero. Pero como todo lo que promete un futuro limpio, la ruta está plagada de desafíos técnicos, financieros y sociales. La Estrategia Nacional de Hidrogeno Verde, lanzada en 2020, proyecta al país como el productor más barato del mundo hacia 2030. Este sueño, respaldado por inversiones tanto públicas como privadas, busca diversificar una economía históricamente dominada por la minería.

Recientemente ha promocionado el primer bus a hidrogeno verde producido en Chile, desarrollado en colaboración entre Anglo American, Colbún y Reborn Electric Motors. Este vehículo, con una autonomía de 600 kilómetros y cero emisiones, es fiel expresión del potencial tangible de esta revolucionaria tecnología. Un alentador panorama ante la urgencia de resolver el problema de controlar las emisiones de carbono. Pero, antes de cantar victoria, hay que sincerar que es sólo el comienzo de un largo y arduo camino.  La fabricación a gran escala de estos sistemas depende de una infraestructura costosa y, más crítico aún, de una reducción significativa en el costo del hidrogeno verde. Según el Ministerio de Energía, se requieren inversiones cercanas a los 330 mil millones de dólares para 2050, con el fin de consolidar esta industria. Claro que los réditos bien lo valen. La Agencia Internacional de Energía Renovable estima que el hidrogeno representará el 12% de la energía mundial en 2050, lo que hace de esta carrera una cuestión de urgencia económica y estratégica.

La región de Magallanes, en el extremo sur del continente, se ha convertido en el laboratorio de esta revolución energética. Empresas como la italiana Enel, que tiene una concesión para la distribución de electricidad en el país, han comenzado proyectos piloto para producir hidrogeno verde en la zona, con ambiciosos planes de expansión que podrían transformar la región en un polo de exportación mundial.

Sin embargo, este sueño no está exento de sombras. Conservacionistas han expresado su preocupación por el impacto ambiental de estas iniciativas. La instalación de turbinas eólicas en Magallanes podría alterar los hábitats de especies migratorias y afectar la biodiversidad local. Además, el aumento del tráfico marítimo asociado a la exportación de hidrogeno plantea riesgos para las poblaciones de ballenas y delfines.

“Posiblemente se sacrifique la región de Tierra del Fuego”, advierte Diego Luna, un conservacionista que ha trabajado en la región por más de dos décadas. Este sacrificio, como lo llama Luna, plantea una pregunta ética clave: ¿puede el progreso tecnológico justificar el costo ambiental y social?

Más allá de los números y las proyecciones, la transición hacia el hidrogeno verde representa también una oportunidad de cambio cultural. La transferencia tecnológica y la creación de nuevos puestos de trabajo podrían redefinir el rol de Chile en el panorama internacional. El bus de hidrogeno, por ejemplo, no solo será una pieza clave en el transporte urbano. También se utilizará en actividades educativas, promoviendo la transferencia tecnológica en escuelas y universidades. Este enfoque podría inspirar a una nueva generación de científicos e ingenieros que lidere el desarrollo sostenible del país.

Chile tiene ante sí una oportunidad sin precedentes para liderar la transición hacia un futuro más limpio y sostenible. Aunque cuidado. El camino no está libre de piedras y baches. Las decisiones que se tomen en la próxima década definirán no solo la viabilidad económica del hidrogeno verde, sino también el papel del país como un referente ético y ambiental en el escenario global.

En la encrucijada del progreso y la conservación, Chile enfrenta una disyuntiva. Ser recordado como el líder que reinventó su economía y mitigó el cambio climático, o como una nación que sacrificó su patrimonio natural en nombre del desarrollo. El futuro del hidrogeno verde no es solo una cuestión de tecnología, sino de visión y compromiso con las generaciones que heredarán este planeta.

Por Mauricio Jaime Goio.


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