Santa Cruz de hoy parece debatirse entre la vorágine de un crecimiento económico innegable y las tensiones sociales y políticas que ese desarrollo trae consigo. Sin embargo, al mirar atrás, a los días en que el Ferrocarril Oriental prometía conectar al departamento con el Atlántico, descubrimos que este anhelo no solo es parte de la historia, sino una brújula que sigue marcando el camino al futuro.
Paula Peña Hasbún, con la agudeza que caracteriza su obra, nos recuerda que el sueño atlántico de Santa Cruz no fue una utopía irrealizable, sino una estrategia pragmática que buscaba superar el aislamiento y construir un horizonte propio. A través del ferrocarril, Santa Cruz se propuso algo que resonaba como herejía en un país gobernado desde los Andes: mirar hacia afuera sin pasar por las montañas.
Hoy, la idea de esa conexión atlántica recobra fuerza en un mundo interconectado, donde la logística y las rutas comerciales definen los destinos de las regiones. ¿Qué significa este pasado ferroviario para una Santa Cruz contemporánea que lucha por consolidarse como un hub logístico internacional?
El ferrocarril, aquel símbolo de modernidad y progreso que en los años 50 marcó el despertar de Santa Cruz, parece hoy un vestigio olvidado en las prioridades nacionales. Las vías que conectan a la región con Puerto Suárez y, más allá, con Brasil, todavía existen, pero su potencial está lejos de haberse concretado. En un mundo donde el comercio internacional depende de redes logísticas eficientes, las aspiraciones de Santa Cruz por el Atlántico parecen tanto una necesidad como una oportunidad histórica.
El activo interés internacional por los corredores bioceánicos, que buscan unir el Atlántico y el Pacífico, vuelve a poner, una y otra vez, a Santa Cruz en el mapa. Pero estas rutas solo serán efectivas si se integran plenamente con la economía local y no quedan atrapadas en los laberintos burocráticos del Estado central. Aquí radica el desafío. ¿Cómo transformar un sueño histórico en una realidad económica tangible?
La Santa Cruz del futuro necesita equilibrar su vocación atlántica con una mirada introspectiva hacia su propio desarrollo. La ciudad de Santa Cruz de la Sierra, que alguna vez fue un crisol de culturas impulsado por el ir y venir de los trenes, enfrenta hoy tensiones entre una identidad local que busca afirmarse y un cosmopolitismo que parece inevitable. Este equilibrio será clave para que la región no solo mire al Atlántico como un destino comercial, sino también como una fuente de inspiración cultural.
Peña Hasbún subraya que el ferrocarril fue más que infraestructura. Fue el inicio de una transformación cultural que convirtió a Santa Cruz en una región abierta al mundo. Esta apertura, sin embargo, no puede quedarse en el pasado. Debe proyectarse hacia un futuro donde las conexiones no solo sean físicas, sino también simbólicas, económicas y sociales.
Para que el sueño atlántico se haga realidad, Santa Cruz necesita un liderazgo que sepa articular su visión de futuro con las demandas del presente. Esto implica no solo exigir mayor inversión en infraestructura, sino también fortalecer su capacidad de negociación frente al gobierno central y los mercados internacionales. Ponerse en movimiento implica una planificación estratégica que haga del Atlántico no solo una meta, sino una realidad cotidiana.
La Santa Cruz del futuro no puede depender exclusivamente de su historia. Debe mirar hacia adelante, aprendiendo de los desafíos que enfrentó en el pasado, pero también abrazando las nuevas oportunidades que ofrece un mundo globalizado. Si el ferrocarril fue en su momento un símbolo de esperanza, hoy podría ser el eje de un proyecto regional que la conecte con el mundo, reafirmando su lugar como el corazón dinámico de Bolivia.
El Atlántico no debe ser visto como una promesa incumplida. Es una ruta que está ahí, esperando ser retomada. La Santa Cruz contemporánea tiene en sus manos la posibilidad de transformar un viejo sueño en una nueva realidad. Pero, como siempre, dependerá de su capacidad para mirar hacia afuera sin perder de vista lo que la hace única: su espíritu emprendedor, su identidad cultural y su vocación de romper con los límites que otros le imponen.
Por Mauricio Jaime Goio.
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