Como sucede más a menudo de lo que deseamos, la humanidad enfrenta un enemigo creado por su actuar irresponsable, lo que está redefiniendo las fronteras de la medicina moderna. Se trata de las superbacterias resistentes a los antibióticos. Lo que Alexander Fleming alguna vez imaginó como una posibilidad lejana al advertir sobre el mal uso de la penicilina, hoy se ha convertido en una crisis global que amenaza con borrar un siglo de avances médicos.
En hospitales de todo el mundo, bacterias como la Klebsiella pneumoniae y el Staphylococcus aureus han desarrollado una resistencia letal a los medicamentos. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 1.2 millones de personas mueren anualmente debido a infecciones que ya no responden a los tratamientos convencionales. Estas cifras no solo representan vidas perdidas, sino también un inmenso costo económico y social que afecta tanto a países desarrollados como a economías emergentes.
El abuso y mal uso de los antibóticos, tanto en la medicina como en la industria ganadera, han acelerado esta debacle. En el caso de la ganadería, la administración de antibóticos para promover el crecimiento de animales ha creado un ecosistema ideal para la proliferación de bacterias resistentes. A esto se suma el cambio climático, que potencia la propagación de patógenos resistentes, y la falta de incentivos económicos para desarrollar nuevos antimicrobianos.
Ha sido la propia naturaleza, así como algo de conocimiento tradicional, los que han salido al rescate de una situación que amenaza con volverse catastrófica. En muchos laboratorios de Investigación Biomédica, equipos científicos están explorando cómo los fagos —virus que infectan exclusivamente a bacterias— pueden convertirse en el arma definitiva contra las infecciones multirresistentes. Estos pequeños depredadores microscópicos, descubiertos hace más de un siglo, cayeron en el olvido en Occidente tras el descubrimiento de la penicilina. Sin embargo, en países como Rusia y Georgia, la fagoterapia (como se denomina tradicionalmente el procedimiento) nunca perdió vigencia.
Los fagos poseen la extraordinaria capacidad de atacar bacterias específicas sin dañar las células humanas ni el microbioma intestinal. Esto les otorga una ventaja considerable sobre los antibóticos tradicionales, que suelen eliminar bacterias beneficiosas junto con las patógenas. Además, estudios recientes han demostrado que los fagos pueden “resensibilizar” bacterias previamente resistentes a los antibóticos, permitiendo el uso de medicamentos que habían sido descartados.
Sin embargo, la fagoterapia no está exenta de retos. Su alta especificidad, que es una de sus mayores ventajas, también representa un obstáculo para su estandarización y aprobación regulatoria. Cada tratamiento debe personalizarse según la infección particular, lo que incrementa su complejidad y costo. Además, el desconocimiento sobre la interacción entre fagos y bacterias genera escepticismo en ciertos sectores de la comunidad científica.
Pese a esto, instituciones en Europa y Estados Unidos han comenzado a invertir en investigaciones relacionadas con los fagos. La fagoterapia no solo representa una solución técnica, sino también una muestra del ingenio humano para adaptar conocimientos del pasado a los desafíos del presente. Este enfoque nos invita a reflexionar sobre la manera en que la ciencia puede encontrar respuestas donde antes solo había preguntas. La lucha contra las bacterias multirresistentes es también un recordatorio de que la colaboración entre ciencia, reguladores y la industria farmacéutica es esencial para abordar las crisis sanitarias globales.
En la batalla contra las superbacterias, los fagos simbolizan no solo una alternativa viable, sino también una esperanza renovada para la humanidad. Ante la amenaza, la fagoterapia nos ofrece una narrativa de resiliencia y redención científica que bien podría marcar el inicio de un nuevo capítulo en la historia de la medicina.
Por Mauricio Jaime Goio.
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