En la vastedad azul del océano, un canto resuena a lo largo de miles de kilómetros. No es un grito de auxilio ni una simple señal territorial. Es una canción, un lenguaje, un entramado de sonidos con estructura propia. Investigaciones recientes sobre el canto de las ballenas jorobadas plantean una pregunta provocadora: ¿qué significa realmente poseer un lenguaje?

Suele decirse que las palabras construyen realidad. Lo que es mucho más que un aforismo. El lenguaje está integrado a la cultura de tal forma que resulta imposible distinguir uno de otro. Simplemente, para efectos de análisis y del ejercicio científico, se tratan por separado, como si se fuera una disección en anatomía. Asimismo, resulta imposible concebir el proceso de percepción y construcción cultural sin considerar el lenguaje. Por eso decimos que construye realidad. No hay universo exterior o interior sino es en función de conceptos elaborados a partir del discurso lingüístico. 

Así desde los antiguos mitos que nos narran el poder divino del verbo hasta los tratados filosóficos sobre el pensamiento simbólico, el lenguaje ha sido tradicionalmente el atributo por excelencia del ser humano. Pero los hallazgos en el campo de la bioacústica están desafiando esa supremacía. Las ballenas, con su compleja red de vocalizaciones, no solo cumplen con principios lingüísticos universales, sino que además modifican sus cantos con el tiempo, transmitiendo nuevas melodías entre poblaciones enteras. Su forma de comunicación sigue la llamada ley de Zipf, que predice que las palabras más usadas en cualquier idioma son las más cortas y eficientes, y la ley de Menzerath, que establece que cuanto más larga es una frase, más simples se vuelven sus partes constituyentes. Hasta hace poco, se creía que estas leyes eran exclusivas del lenguaje humano. No lo son.

Los estudios publicados en Science y Science Advances han revelado que los cetáceos no solo cantan, sino que su comunicación está sujeta a patrones lingüísticos similares a los nuestros. Las ballenas jorobadas, en particular, entonan melodías que evolucionan con el tiempo, propagándose de una población a otra como lo haría una tendencia musical en los humanos. Esta transmisión cultural es clave. Demuestra que los cetáceos no solo emiten sonidos, sino que aprenden y adaptan su lenguaje de manera colectiva. No se trata simplemente de instintos biológicos, sino de un conocimiento heredado, modificado y compartido.

Pero lo que resulta aún más fascinante es que los investigadores han identificado una jerarquía en estos cantos, similar a la organización de palabras en frases y frases en párrafos. Se trata de una estructura ordenada, con reglas internas que refutan la idea de que el lenguaje, tal como lo conocemos, es exclusivo del Homo sapiens.

La idea de que la cultura es un fenómeno estrictamente humano se tambalea frente a estos descubrimientos. Si el lenguaje es un reflejo de la cultura, ¿no deberíamos considerar que las ballenas tienen su propia forma de existencia cultural? El hecho de que su canto evolucione, se propague y establezca normas estructurales indica que los cetáceos han construido su propio legado comunicativo, transmitido a través de generaciones.

Este hallazgo reconfigura nuestra visión del mundo natural. Durante siglos, hemos considerado a los humanos como los únicos poseedores de una cultura sofisticada, relegando a los demás seres vivos al reino del instinto. Sin embargo, los cantos de las ballenas sugieren que la cultura no es un monopolio de nuestra especie, sino un fenómeno que emerge cuando las condiciones de aprendizaje y transmisión social se alinean.

La revelación de que el lenguaje y la cultura pueden existir más allá de lo humano nos obliga a replantearnos qué nos define como especie. Si las ballenas han desarrollado un sistema comunicativo con reglas estructurales y transmisión intergeneracional, ¿no deberíamos reconsiderar nuestra forma de relacionarnos con ellas? ¿No es hora de expandir nuestra idea de lo que significa ser una criatura inteligente en este planeta?

El estudio de la comunicación en los cetáceos es más que una curiosidad científica. Es una ventana a una cosmovisión alternativa, una que desafía la idea de que somos únicos y nos recuerda que compartimos la Tierra con otras formas de conciencia. Quizás, en las profundidades del océano, las ballenas llevan siglos contándose historias sobre nosotros. Solo nos falta aprender a escucharlas.

Por Mauricio Jaime Goio.


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