Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente quien hace de la televisión, de las redes sociales, su guía.

Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las «ies» a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas a los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.

Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando esta infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.

Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no pinta o ejercita un arte o talento propio o un oficio, quien no encuentra gracia en sí mismo.

Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien deja a la culpa y el desgano la voz interior del aliento y el ánimo.

Muere lentamente, quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante, del frío del invierno o del calor del verano.

Muere lentamente, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.

Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar. Estar vivo exige alegrías y penas, aciertos y muchos errores, tolerancias y también saber decir no, saber irse cuando hace mal quedarse, saber quedarse cuando hace mal irse; estar vivo exige ser cada día un poco más de sabiduría de lo aprendido y menos mochilas pesadas arrastrando cosas vanas.


Crédito a quién corresponda.

Flores de tajibo. Cuadro de Mar Ferreira (2024)

Descubre más desde Ideas Textuales®

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.