En la era digital, no son las ideas complejas las que marcan el rumbo de nuestras democracias, sino las emociones que se propagan a golpe de clic. La polarización no nace de un debate de razones, sino de un dispositivo biológico y cultural que hoy se manipula con precisión industrial. Ante este panorama, el desafío no es huir de las redes, sino recuperar el control de la mirada y del lenguaje, los verdaderos campos de batalla del presente.
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