Estos días en Bolivia han estado revestidos de la misma efervescencia que en la época del fraude electoral, la protestas ciudadana pacífica y la renuncia de Evo Morales.
Entre la incredulidad, el temor, la desconfianza y la euforia, ningún político en carrera en las elecciones de 2025 en que la oposición dejó prácticamente en la marginalidad parlamentaria al MAS, logró una estampida de gloria y de fiesta el domingo 17 de agosto por la noche.
El suceso se dió 12 días después y se desplegó con la noticia del retorno del Gobernador cruceño, preso durante 974 días en cárcel de Chonchocoro, a 1000 km. de distancia de su tierra y 4000 metros de altura sobre el nivel del mar en el altiplano paceño.
Fue el festejo que no hubo tras los resultados electorales. Recién el jueves el pueblo se volcó a celebrar la caída del MAS.
La alegría que se desató el viernes desde las dos de la tarde, hora en que salió Camacho del penal de alta seguridad, hasta la medianoche que se retiró de la Plaza Principal atestada de gente eufórica, es la misma que lo recibió a su vuelta tras la huída de Evo Morales. Como si llegara el Papa. Como si volviera el Mesías. La gente, en familia, en grupos de vecinos y de amigos, llenó Viru Viru por dentro y por fuera, se acomodó en el trayecto de la avenida que conecta el aeropuerto con la carretera al norte y desde La Chonta, y desde más allá del 8º anillo de ingreso a Santa Cruz de la Sierra hasta el Cristo Redentor y la Plaza Principal. Se debieron cerrar calles porque no había manera de que los vehículos ajenos a la caravana pudieran circular. Una procesión en caravana y a pie esperando durante horas para ver y saludar a Camacho. Indescriptible.
Han sido hechos que se precipitaron en cascada, que jamás se esperaba vivir. Un poco como fue, con los contextos de época, la caída del Muro de Berlín o la elección de Mandela como presidente de Sudáfrica o la caída de las dictaduras militares latinoamericanas. Esos acontecimientos que tocan y emocionan, que dan ese empuje que hace creer nuevamente en un cambio de derrotero, con tintes de magia y de fantasía.
Los héroes mitológicos normalmente no son seres virtuosos, están llenos de fallas y muchos de los descritos en la cultura universal tienen, incluso, hasta taras físicas. Lo que los distingue como tales -y he ahí su categoría heroica-, son los realizan actos extraordinarios.
Luis Fernando Camacho personificó al hombre valiente, casi rozando la locura. Ya es un mito, una fuerza que se volvió historia. Catalizó, además, la resistencia ciudadana contra el MAS, la lucha por la dignidad contra el abuso durante los últimos 20 años y la lucha cívica por la autonomía contra el centralismo recalcitrante de un Estado omnipresente ubicado en una torre impuesta en la sede de gobierno.
Para sus fanáticos, el 29 de agosto se adelantó septiembre. Para sus detractores de nada les sirvió amargarse en lugar de celebrar su libertad, porque todas las críticas posibles a su administración en la Gobernación, su garrafal error de postularse a presidente sin terminar su gestión cívica y dividiendo el voto opositor o su estilo mesiánico de imponer que quienes están con él son los buenos y los demás traidores y malos, constituyen un «pero» inocultable de incapacidad de alegrarse por la restitución de los derechos de una persona.
La libertad y la alegría, como la tristeza y la esperanza, son valores naturales del ser humano… Y, racionalmente, para los espíritus liberales que aman la democracia, que la ejercen a plenitud y que la exigen y la defienden, también lo son para quienes piensan diferente.
Por Gabriela Ichaso.
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