Se me acusó de fanatismo ideológico, de idealizar a un político y envolverlo en ropajes religiosos. Pero el texto no buscaba evaluar programas de gobierno ni establecer balances de poder. Quiso, más bien, describir la manera en que la sociedad boliviana, en momentos de crisis, convierte la política en ritual. Es una exploración simbólica, no una defensa partidaria.
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