Percy es el candidato que ha hecho realidad muchos de los sueños de Santa Cruz de la Sierra. Sus obras demuestran que es un hombre que tiene auténtica pasión no sólo de pensar y descubrir las cosas que hacen falta, sino también en hacerlas, y con el mismo interés, pasión y gozo. Y con igual interés, celo y cuidado hasta en sus detalles.

Ingeniero civil, graduado en 1966 con el grado máximo por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, comenzó él a trabajar pronto tras su regreso a Santa Cruz de la Sierra gracias a algunos de sus grandes amigos –de años- mayores ellos, ingenieros y arquitectos muy conocidos, que lo ayudaron. Y al año estaba ya trabajando a un ritmo verdaderamente agotador en la construcción de puentes, carreteras, alcantarillado, hospitales y otras grandes obras de ingeniería civil, y en muchas otras obras públicas y privadas en esta ciudad y provincias del Departamento. En realidad, Percy no ha parado desde entonces.

Por su liderazgo nato y sus altos puntajes en los concursos de méritos, fue elegido Vicepresidente del Comité de Obras Públicas de Santa Cruz, del que luego sería su Presidente (1972).  Y un par de años después, era el Primer Presidente de la Corporación de Desarrollo de Santa Cruz (CORDECRUZ), institución fundamental en nuestra historia no lejana, a la que él había contribuido a concebir y organizar, se estrenaba con él (1974). Tiempo después sería Director de CRE, COTAS Y SAGUAPAC, cada una a su tiempo.

Elegido Presidente del Comité Pro Santa Cruz en 1983, quedaría entusiasmado con la posibilidad legal –“descubierta” por sí mismo, exclusivamente, sin que mediara nada: sólo leyendo, subrayando y meditando él veintitantas veces la Constitución Política del Estado en esos años, entonces casi desconocida quizá por más del 99% de la población de esta ciudad y peor aún la de sus alrededores- de arrancarle al gobierno central, hasta ese tiempo tranquilo y dueño absoluto de la vieja, injusta y abusiva situación de los “Gobiernos Departamentales” con Descentralización Administrativa puestos ya en la Constitución “sólo para la foto”, como se dice, descentralización que había quedado en letra muerta y sin haber hecho nunca nadie un solo reclamo de parte de los Departamentos en años de años durante los sucesivos gobiernos centrales. Era evidente que el gobierno central no tenía intención alguna de cambiar el sistema, como tampoco los había tenido nunca. Es claro que uno entiende “la razón” de los gobiernos nacionales: no deshacerse del enorme poder general sobre el país entero y para siempre, con lo que esto lleva dentro. 

Pero de ahí que sin que nadie le hable de ello ni se lo proponga, Percy, bien joven aún, leyó por cuenta propia una primera vez la Constitución Política del Estado. La leyó como a él le gusta leer las cosas que le interesan: leyendo todo en una primera lectura, y luego una especie de descuartizamiento del texto.  Y después, una segunda y tercera lecturas, con toda atención, subrayando minuciosamente, meditando los párrafos más delicados o complejos o poco claros, y ayudándose con algunas lecturas paralelas que mejoren su comprensión del texto constitucional. Y todo esto sin hacer bulla alguna, estrictamente. Ni sus amigos más cercanos sabían nada de ello. Era sólo como una necesidad de su espíritu que hubiera surgido en ese tiempo. Y Percy, hay que decirlo, es temático, caduco y tenaz, y no da por sabido nada, ni un párrafo, que no entienda él perfectamente después de leerlo a su modo, bien peculiar desde luego. 

El resultado de esta discreta, profunda e interesada lectura asociada con análisis, meditación y de vez en cuando –ya al final- comentarios con algunos de sus mejores y viejos amigos, algunos de ellos algo mayores, fue quedar él cada vez más entusiasmado y deslumbrado con esa maravilla que acababa de “descubrir” con su solo y propio esfuerzo, interesado cada vez más, transformado y entusiasmado por la nueva luz hallada con su esfuerzo, interés y (yo diría) unas neuronas muy activas y bien puestas.

De aquí en adelante, Percy puso de moda la Constitución: la gente no hacía sino hablar de ella en todas partes, en público y en privado. Y esta hazaña -hay de decirlo- fue lograda en cuestión de 2 – 3 meses: ¡cosa que aun ahora me parece increíble! 

El asunto había despertado rápidamente el interés auténticamente general, apasionado y lleno de esperanzas, un interés en verdad fuera de lo común. Era el tema de conversación general y por supuesto también de exposiciones y análisis en la radio y la televisión; esta última casi acababa de hacer su aparición entre nosotros y hacía sus “pininos” con programas sólo en las noches. El canal de TV invitaba por ese tiempo a quienes podían conocer mejor el asunto y estaban interesados en él y dispuestos a explicarlo, y quizá discutirlo con algún otro panelista. De ese modo, estuvimos un buen tiempo viendo en la pantalla buenos análisis y discusiones, como un eco del clamor popular a favor de la puesta en vigencia de la Constitución en el manejo del Estado. 

Fue una época muy interesante y de gran suspenso, pues al gobierno de entonces no parecía hacerle mucha gracia verse maniatado por librito y ser controlado casi sin esfuerzo y en muchos asuntos y aspectos fáciles de percibir hasta por el ciudadano común. En fin, la gente hablaba de la Constitución a cada rato y todas partes. Fue una experiencia inesperada y extraordinaria. Era la primera vez que llegaba semejante ola de popularidad a ese documento fundamental del Estado, hasta entonces prácticamente desconocido por el común de los ciudadanos. 

Como era de esperar, el país entero se interesó casi de inmediato por la Constitución, que hasta entonces era un documento que manejaban sólo abogados dedicados a ciertos asuntos muy especiales del Estado. Y para consolidar ese azorado interés popular, Percy hizo imprimir por su cuenta miles de ejemplares –subrayados por él- de la CPE en tamaño reducido, que fueron distribuidos profusamente en la ciudad, mientras él explicaba y machucaba la cosa ante la prensa y, luego, en su ya célebre programa semanal “Una hora con Percy”, de Televisión Universitaria, programa que había sido desde su inicio un éxito total. Así, y de modo muy natural, Percy lideró la demanda ante el gobierno de la República, y contribuyó luego a la elaboración del Primer Proyecto de Ley de Gobiernos Departamentales y Descentralización Administrativa.

Y en medio de ello, Percy dio un impulso –el primero en la historia, contundente y decisivo- y consiguió poner desde entonces en boca de todos la delicada cuestión de la identidad cultural del cruceño, los peligros y amenazas que se cernían sobre ella, y la necesidad de defenderla.

Como Ministro de Integración (1984), asumió la Presidencia del Acuerdo de Cartagena en representación de Bolivia.

Fue elegido Senador de la República en 1989 y, al año, elegido por voto popular Alcalde de Santa Cruz de la Sierra, cargo que ocupó durante tres períodos consecutivos (entonces sólo dos años cada uno), entre enero de 1990 y octubre de 1995 en tres elecciones populares. Fue elegido luego Concejal Municipal desde 1996 hasta 2004, en dos elecciones consecutivas. Y elegido dos veces nuevamente Alcalde, esta vez por cinco años: de enero de 2005 a enero de 2015.

Su paso por la antigua Alcaldía y el Gobierno Autónomo Municipal predicó sin desmayar, subrayando esa calidad institucional de “gobierno local”, ha sido –nadie lo dudará- un hecho pródigo en grandes obras, como canales de drenaje, asfalto y concreto en calles y avenidas, iluminación de calles, avenidas y anillos; lindos, cómodos, modernos y espaciosos colegios; hospitales; mercados; parques de recreación; plazas públicas; refacciones y mejoras en cementerios; varios pasos a desnivel muy necesarios; túnel subterráneo atravesando de este a oeste los terrenos de El Trompillo, entonces la única pista de aterrizaje de la ciudad, antes del Aeropuerto Internacional Viru Viru; arborización de la ciudad; unificación de aceras, etc. y cientos de obras menores.

Nació el 14 de febrero de 1939, en el barrio de La Capilla. Es el menor de siete hermanos (2 mujeres, las mayores, y los 5 restantes, hombres), a quienes Piedades Añez Cuellar, la madre, y Juana Cuellar Bravo, la abuela materna, infundieron desde pequeños el amor por la familia y por su tierra, el gusto por el trabajo bien hecho, y la aspiración a una vida mejor, llevada siempre –condición puesta por ellas no de boca sino con el ejemplo patético de sus propias vidas- con entereza, honradez y decencia. Su madre y su abuela materna los criaron solas, al morir el padre –Genaro Fernández Martínez, gallego, residente en esta ciudad durante 35 años- tres días antes del parto.

Tuvo Percy, hay que decir, una linda infancia en medio de la tropita de hermanos y los buenos vecinos, distraídos y casi sin peligro en la vida sencilla y apacible de entonces. A Percy le gustaba desde muy niño recitar y cantar; y era ya entonces muy sociable. Más tarde se le daría por el fútbol, que lo llevó a ingresar a la “Tercera de Huracán”, pequeño equipo hecho con chicos del barrio a iniciativa de un modesto vecino y sus hijos, de apellido Ríos, todos ellos dedicados, rigurosos, admirables. Percy era el arquero. Jugó él entonces uno de los primeros campeonatos “inter-barrios”, sino el primero.

Cursó la primaria en la Escuela Neptalí Sandoval, en cuyas “horas cívicas” solía cantar o recitar. Y la secundaria, en el Colegio La Salle, donde fue un alumno suficientemente aplicado y responsable. Buen deportista, descolló en el equipo lasallista de básquet (y después en el de San Roque); y lo hizo igualmente bien en el arco del equipo de fútbol del colegio. 

Espontáneo, franco, optimista, alegre, inteligente, de mente ágil y crítica, conversador ingenioso y desenvuelto, ocurrente, travieso y a veces malhablado, tuvo sin embargo -¡de no creerlo!-, una fuerte tendencia a analizar y ver las cosas seriamente y con profundidad, lejos -eso sí- de toda “pose” y lo que pueda oler a solemnidad, que detesta de modo especial.

Años después, ya adulto, él sería lo que cualquiera que lo haya conocido antes tendría que haber esperado; un hombre carismático, vital, impetuoso, alegre, trabajador (“a diesel”, como dos de sus hermanos y una hermana), bien intencionado, decidido, interesado por todo, a mitad de “hombre de hacer” y mitad bastante filósofo (sólo que optimista y creyente) y popularizador natural de valores, cualidades todas ellas sostenidas y ejercitadas por una fe cristiana bien puesta en él desde niño; equipado con una memoria casi prodigiosa, que le favorece mucho. Buena parte de este conjunto le viene de lejos: de los genes y el ejemplo y la prédica

constante de su madre y su abuela, ya nombradas; de sus años en La Salle bajo la influencia de algunos extraordinarios Hermanos de entre sus maestros; y de una seguidilla de sacerdotes cordimarianos de La Capilla (nuestra parroquia desde los tiempos de la casa materna), fuera de serie ellos y grandes y viejos amigos de la familia. Y no en último lugar, a su pasión por la lectura, sobre todo seria, y muy seria incluso; y al gusto por la música clásica que lleva consigo (por lo menos la de sus compositores preferidos) ahora ya más cómodamente en CD’s y DVD’s que acarrea con diligencia allí donde se mude a trabajar, así sea por pocos días. 

Es excepcional que escuche él otra cosa cuando está solo. En su oficina y en su casa no tiene otra música; alguna vez –me imagino- habrá tenido que recurrir a sus hijos en busca de la otra, la popular, por agradar a los amigos que los visitan. Y no es que la desprecie o no guste de ella, pues llegado el caso la disfruta también, incluso la canta y toca, sobre todo algunos lindos taquiraris, chobenas, carnavales y viejos boleros de añoranza, que no pasan de moda, acompañándose él mismo con el rasgado lento, arrastrado y delicioso de su guitarra.

Hay algo en él que es de admirar: pese al tiempo que lleva ocupado en unas duras funciones como las suyas, afrontando y resolviendo a diario decenas de situaciones que por su naturaleza, cantidad, magnitud, costos y contexto tendrían que agotar luego de cierto tiempo la mente y endurecer el corazón a cualquiera -y más aún en el caso de una labor reconocidamente delicada, eficiente y larga como la suya- Percy no da señales de haber sufrido ninguno de esos desoladores efectos ni nada que se le parezca, sino que en tantos años de esa vida suya tan ocupada en el decidir, el hacer y el controlar mil y una cosas, él sigue bastante igual a lo que siempre fue. 

No ha perdido la capacidad de ver y apreciar los aspectos buenos de los hechos y las cosas, ni la clara percepción del lado agradable, inspirador, bienhechor, exultante, oportuno, justo, corriente, etc. de ellos. Y ha acumulado más bien y sin propósito especial una larga y rica experiencia en el hacer, que sin duda es por lo menos común.

En sus años de Córdoba, en horas perdidas con “juntes” de amigos, redescubrió el gusto por el canto y la guitarra que había iniciado en secundaria y al tiempo suspendido por años a la muerte de su hermano mayor, su héroe. Tenía él, y lo sigue teniendo, un oído admirable; y una buena voz grave, que sumada al buen oído se tradujo en una linda “segunda” voz, de la que sus amigos alguna vez seguimos disfrutando. En lo social, fue un muchacho y luego un hombre de hacer con facilidad grandes amistades. Es una máquina de hacer amigos -me decía alguien, con razón- ¡imposible no ser su amigo!

Con ser la suya una obra ciudadana y profesional vasta e importante casi al máximo, su obra más grande -así lo siente él- es su familia, construida con tanto amor entre él y su mujer, Irma Velasco, que le dio cuatro hijos: José Miguel, Carlos Percy, Ana María y Francisco, sanos, lindos y buenos todos, y sus ocho* nietos. Esta es, dice él, su querida tribu, su orgullo y el más preciado regalo de Dios en su vida.

Percy y sus cuatro hermanos y 2 hermanas, entonces todos entre muchachos y jóvenes, vivieron durante 15 a 20 años en la casa que la señora Piedades logró comprar a don Medardo Melgar, en la mitad de esa cuadra de la calle Warnes, vereda Norte, entre La Paz y Potosí. Era éste un lindo barrio, como fuimos descubriendo después, donde todos, grandes y chicos, nos conocíamos bien, jugábamos pelota, “encantau”, metapaso, topo, “a la fina”, al pocito, enchoque, trompo, etc. Y era así: lo que se podía se jugaba en los corredores (el nuestro y el de los vecinos); lo demás en la calle, entonces arenosa de veras. Mamita y Mamá nos dejaban jugar en ella casi sin pena, pues por esas cuadras sólo pasaban “allá un perdido”, uno que otro autito lento, humeando ya y como pujando en semejantes arenales. En ese barrio, como en muchos, las familias con o sin padre, se ayudaban unas a otras en casos de cualquier necesidad que superara en algún momento sus posibilidades.

Esa pequeña descripción del barrio es sólo para mostrar el grado de amistad y disposición al servicio de vecinos y amigos de las familias en esos tiempos. Y algunas de las cualidades de la familia de que viene, familia muy unida, honesta al máximo, trabajadores todos los miembros de ella que tuvieron que trabajar para que los menores, Percy y su hermano Herman, puedan salir a estudiar. Ojalá que Percy halle injusto que este “escribidor” fuera tachado de infidente por revelar aquí que él, Percy, ha sido un buen hijo: penoso de su madre –muerta hace pocos años- y preocupado por la menor enfermedad o dificultad de sus hermanos, cuatro de ellos también muertos (su abuelita y uno de sus hermanos murieron cuando Percy era muy joven, de unos 14 y 15 años). Ha sido él un hijo y hermano siempre atento y dispuesto a ayudar con generosidad, como sus hermanos mayores: Orlando (Chico) hasta ahora y Mario mientras vivía, en las situaciones difíciles, y pero aún en las penosas, que por desgracia no han faltado en la vida de esta familia, como en tanta; o a compartir del mejor modo y como haga falta en las de gozo, que el destino tenía, y ciertamente tendrá otras –Dios lo quiera- todavía reservadas a la familia tronco, como a todas.

Este escribidor halla justo, por lo demás, terminar asegurando que, a pesar de las dificultades que sin duda trae una vida pública, larga, intensa y destacada como la suya, Percy y su familia se han dado modos a fin de que la vida de ese hogar haya sido y siga siendo, para todos ellos, una vida con alegría y recompensas afectivas y espirituales, que les da a todos aire y fragancia desde sus varias fuentes. Una mujer como la que Dios le dio: inteligente, comprensiva, laboriosa y ordenada. Unos hijos, nueras, yernos y nietos que comprenden al padre, suegro y abuelo, lo ayudan de muchas formas, y buscan la manera y hasta se suelen dar mañas a fin de ponerlo cada vez al día en lo que creen importante, aun si a veces “se equivocan”, como dice Percy a veces y ellos sonríen, incrédulos, y se defienden sin mucho ardor ni convencimiento. Y encima le devuelven de un modo y de otro la alegría de cada día y el gusto por ciertas cosas, a veces ya medio perdido, como nos sucede a todos con los años, que no habían precisado ser tantos como uno se imagina de joven. Y no en último lugar, aquellas recompensas sin par que le vienen de las funciones y responsabilidades asumidas como marido atento, caduco, travieso y sin oídos; y como padre y abuelo cariñoso, muchachero, dañino, malcriador y juguetón.

Por Herman Fernández Añez (+), médico de profesión y médico de cabecera de la familia Fernández Añez.

In memoriam. Notas de la editora:  

*Al fallecimiento del Ing. Percy Fernández, tenía ya 10 nietos.

**El Dr. Herman Fernández Añez, no sólo fue su hermano y médico personal a lo largo de 50 años, sino su gran amigo y confidente junto al Dr. Ruber Carvalho Urey (+). Falleció el 5 de diciembre de 2021.

*** Esta es la biografía oficial escrita por el Dr. Herman Fernández Añez en 2014, titulada: «Percy Fernández Añez, el alcalde ingeniero constructor de la ciudad».


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