El 26 de febrero Santa Cruz de la Sierra festejó los 464 años de su fundación y, el 14 del mismo mes, el bicentenario de la declaración de su efímera independencia antes de quedar incorporado como uno de los departamentos de Bolivia.

El 24 de septiembre de 1810 se cristalizaron las movilizaciones intelectuales y armadas alentadas por las pocas noticias que llegaban del sur y que alborotaban la efervescencia libertaria del continente. Santa Cruz no se quedó atrás y sus héroes visionarios perdieron y ganaron batallas hasta lograrlo, a pesar de los 250 años de aislamiento que cumplía la ciudad trasladada en segundo viaje -desde el corazón chiquitano- a orillas del Piraí.

Tuvieron que pasar 150 años para que la capital cruceña se diera a sí misma los principales servicios básicos. En la década de los sesenta, las cooperativas de electricidad, agua (y alcantarillado) y telefonía, sumadas a las redes ferroviarias hacia Brasil y Argentina y la primera carretera asfaltada que la conectó con un Estado nacional que vivía del extraccionismo minero andino y no la había tomado en cuenta hasta que vio en la Naturaleza subtropical y las llanuras de los pueblos orientales, la fuente preciosa de alimentos y tierras fértiles, que por verlas sin alambradas ni caseríos las vieron como tierras de conquista. Como desde comienzos del siglo XIX, en Estados Unidos, la conquista sangrienta del lejano Oeste. Como a finales del siglo XIX, en Argentina, la conquista sangrienta del desierto, como llamaron a la Patagonia inconmensurable.

La codicia se instaló con la modernidad en estos pueblos de muy larga historia; la más cercana, más de cuatro veces centenarios; mestizos y expertos en convivir en paz con el fruto de la tierra y las previsiones de guardar entre cosechas o moler en tacú para el horneado, con el idioma de los evangelizadores sin olvidar una palabra del lenguaje los ancestros y sus dioses, con la música y las artes de los eruditos sin desechar los sonidos de las selvas, los aceites arbóreos que sanan, los siraris ensartados que brotan en lo alto, los tejidos del garabatá y las hojas de la selva.

La codicia no tiene ideología pero para justificarla se han tejido las teorías y los relatos más versados de enemigos lejanos y defensores cercanos, de buenos contra malos, de centralistas y cruceñistas, de conservadores y liberales, de revolucionarios y libertarios.

Público y privado, público o privado, el modelo de desarrollo que impera es expansionista y depredador. El mercado inmobiliario, el mercado de la tierra, el mercado de los buscadores del metro cuadrado o la hectárea que derriban nuestro oro verde (aire puro, vegetación nativa, seres vivos: raíces, pasado e identidad) avasallan el territorio urbano, ni qué decir las tierras rurales, los bosques, los montes, los hilos y los ojos de aguas, las laderas de las sierras, las veras de los ríos, las comunidades centenarias.

Con la modernidad y la codicia, llegan los espejitos de colores en sus diversas acepciones. De ser pueblos de usos modestos, austeros, suficientes, en sesenta años los avasalló la fiebre universal del oro, sea en billetes, en metálico, en comercio formal e informal, en la última versión del objeto de lujo innecesario. Con la posmodernidad, la hoja de coca con lejía que era un vicio «feo» de los venidos de las alturas, hoy avasalla a ricos y pobres, constituyendo el mercado más demandante para el que la tradición milenaria andina, sin problema, le pone bico, saborizantes, envase y servicio a domicilio. Aquello que se deploraba, se normalizó en menos de dos décadas. Con la posmodernidad, lo que se creía que sólo pasaba en los hechos terroríficos de telenovelas, películas, series y en México o Colombia, avasalla la tranquilidad de los días y de las noches con la instalación del miedo a que suceda, por azar, en cualquier lado en el momento menos pensado.

Santa Cruz es la capital de la posmodernidad de Bolivia. A la inversa de Estados Unidos, viene a ser para Bolivia, el lejano Oriente conquistado.

En su área metropolitana, que atrapó a localidades como Paurito, Montero Hoyos, La Guardia, El Torno, Cotoca, Warnes, donde se abre una calle, aparece una nueva línea de buses o de trufis que obtiene primero su personería jurídica como sindicato antes que la autorización que verifique la necesidad planificada, sus condiciones técnicas y laborales, la seguridad para los pasajeros.

Proliferan «barrios» en medio de la nada, a 10 km. de la Plaza Principal o a 40 km. o a 80 km.: sea Porongo, Santa Rita o La Angostura, igual que las autoridades «venden» que trabajan, los loteadores venden terrenos, manzanos, miniquintas, quintas y campos como si fueran zonas planificadas, donde no hay nadie pero han conseguido tendido de energía eléctrica y maquinaria para abrir caminos, donde con un dron o cualquier cámara reparten en las redes sociales la ilusión de la tierra virgen a cualquier precio y para cualquier fin.

Santa Cruz de la Sierra, la de los edificios altos, los exclusivos condominios cerrados y el parque automotor más caótico y grande del país, se parece a cualquier gran ciudad latinoamericana. La salva de lo común del siglo XXI urbano latino, violento, inseguro, estresante, de desigualdades abismales, de distancias que se alargan y velocidades que apuran, la frágil franja del cordón ecológico del Piraí.

Septiembre coincide la despedida del invierno, la llegada de la primavera, la celebración de los estudiantes y de la amistad, los preparativos para la lujosa semana de los grandes y los pequeños negocios en la Feria Exposición, la serenata a Santa Cruz el 23, el desfile cívico del 24, el Te Deum y el ambiente general de fiesta que impone la tronadera de la banda y de la tamborita, los sombreros de sao, el tipoy, las reinas de la alegría y la belleza, las banderas verde, blanco y verde.

Como nunca, al cumplirse el primer cuarto del siglo XXI, los honores a los protagonistas de estas fechas que datan de hace 215 años pasaron a segundo plano. Hubo cruceños que murieron por una patria libre en estas tierras y hoy cada vanidoso hizo su show por separado mientras el Parque El Arenal, sitio emblemático, muere podrido a sus espaldas. La banda en el pecho, otrora símbolo de máxima autoridad, se la cuelga hasta la directiva de cualquier gremio para parecer importante.

La libertad y la autonomía enarboladas en 2025 no tienen nada que ver con la Santa Cruz de los fundadores ni de los próceres de las gestas septembrinas, ni con las raíces ni con más o menos instituciones: Tienen que ver con el respeto a lo que mantuvo a los cruceños hidalgos, de pie, pobres de cosas, ricos de conocimiento, apegados a sus usos y su lengua, con la mano tendida al necesitado y con el apoyo de los mayores a la formación de sus jóvenes para servir a un pueblo orgulloso de su estirpe.

Carretón y bueyes con azafatas de la Feria Exposición cruceña (1969, foto tomada de internet)

Santa Cruz avasallada resiste en las tradiciones heredadas, la hospitalidad generosa y la solidaridad humana, aquellas que persisten mientras subsistan en la memoria oral y en las costumbres que las madres pasan a los hijos, las abuelas a los nietos y mientras quienes están circunstancialmente en el poder, público y privado, se den cuenta y se hagan cargo de que Santa Cruz se habrá perdido del todo si la despojan de su alma, expuesta como mercancía y sujeta a la ley del más fuerte o la ley del todo se compra, todo se vende.

Por Gabriela Ichaso.

Frases y poesía del Arq. Sergio Antelo Gutiérrez, ex Alcalde cruceño y fundador de «Nación Camba».


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