Basado en una entrevista hecha al periodista y ensayista británico Johann Hari, publicada por la revista Ethic, este artículo reflexiona sobre la pérdida de la atención como un fenómeno cultural más que tecnológico, y sobre lo que esa erosión revela de nuestras formas contemporáneas de vivir, pensar y compartir el mundo.
En épocas que ya nos parecen muy pretéritas, la humanidad cultivó la paciencia. Al leer un libro, al escuchar una sinfonía, al mirar un cuadro. Todas formas de resistencia contra el apuro. En la actualidad vivimos sumidos en una lógica inversa. Aquella que captura nuestra atención a través de los medios digitales, lo que pone en juego una nueva manera de producir cultura: la del fragmento, del impacto, de la distracción continua.
Cada scroll resulta en el paso de una idea a otra sin dejar huella. Y eso, en términos antropológicos, altera los modos en que se construye el sentido. Si la cultura se sostiene sobre los mitos como una forma de organizar la experiencia humana, entonces el algoritmo ha tomado el lugar del mito. Selecciona, jerarquiza, repite, pero sin relato, sin dioses, sin propósito. La cultura se convierte así en flujo sin forma. Intensidad, sin elaboración.
El escritor británico Johann Hari (Glasgow, 1979) afirma que vivimos en una sociedad que se sostiene sobre una cultura que ya no sabe mirar, escuchar, ni tomarse su tiempo. Que nos roba la atención, lo que limita la posibilidad de construir comunidad. Una atención referida a la forma en la cual los seres humanos se relacionas con el tiempo, con los otros y consigo mismo.
Insiste en que el problema no es la tecnología en sí, sino su diseño. Y, no nos engañemos, pues todo diseño es una forma de cultura. Un TikTok o un reel son, en el fondo, dispositivos narrativos. Cuentan sin profundidad, estimulan sin compromiso. Son, en su propia estructura, pedagogías de la distracción. Y ahí radica el peligro. Si lo que compartimos como humanidad son microsegundos de atención, ¿cómo sostener un diálogo democrático, una conversación ética, una construcción de sentido común?
Hari afirma que “una población que no puede prestar atención no puede sostener la democracia”. Una seria advertencia. Las democracias se fundan en el acto de escuchar. Votar, debatir, disentir requieren una forma de atención colectiva, una capacidad de detenerse, de mirar al otro sin pasar al siguiente video. La cultura democrática se sostiene sobre un sustrato simbólico compartido, el que se fractura bajo el peso de la dispersión y la polarización que generan los algoritmos. Nos encontramos con una comunidad inmersa en universos informativos independientes, que refuerzan la identidad propia y descartan la del otro. No hay escucha, sólo un conjunto de tribus digitales dispersas.
Ya no podemos concentrarnos como antes. Y no hablamos sólo de productividad, sino de algo tan profundo como la identidad. Cuando la atención se fragmenta, el yo también se fragmenta. Somos pedazos de historias, retazos de presencia. Y eso revela que hemos dejado de pensar la identidad como continuidad y la vivimos como collage.
La cultura contemporánea (la que nos exige ser multitarea, siempre disponibles, siempre alerta), ha convertido la distracción en virtud. Ya no se valora la pausa, sino la respuesta inmediata. La reacción sobre la reflexión. Lo grave de esto es que no sólo estamos erosionando la atención, sino la posibilidad misma de crear comunidad.
Nos enfrentamos a una batalla simbólica que nos llama a recuperar el tiempo, a darle forma y a resistir la inmediatez que lo devora todo. La atención, como la democracia, no se pierde de golpe. Se disuelve de a poco, en cada distracción, en cada clic, en cada conversación que no alcanza a ser diálogo.
Por Mauricio Jaime Goio.
Descubre más desde Ideas Textuales®
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
