“Son muchas las cosas que he aprendido aquí, y muchas las que he aprendido a olvidar. Sólo mi melancolía sigue siendo la misma” Cioran.

1) Primera República

Bolivia nace en medio de la ambivalencia. El Decreto de 9 de febrero de 1825 del Mariscal Sucre, que convoca a los representantes de lo que había sido la Real Audiencia de Charcas a resolver de manera Independiente su futuro, provoca la contrariedad del Libertador Bolívar, como lo reconoce el mismo Sucre en una carta digna pero afligida que le escribe después. La ambivalencia se refleja también en el diseño institucional de la nueva República, si consideramos que en el Proyecto de Constitución de Bolívar se plantea la figura de un presidente vitalicio, seguramente, buscando atenuar contradicciones íntimas. Rehén de esa trama, el nuevo país adopta el nombre de República de Bolívar, en agosto de 1825, y República de Bolivia, solo dos meses después, a propuesta del clérigo Manuel Martín Cruz, diputado por Potosí – “Si de Rómulo Roma, de Bolívar Bolivia” -. El desenlace favorable de la Batalla de Ingavi, en 1841, termina reafirmando la soberanía, luego de la experiencia efímera de la Confederación Perú – Boliviana, que hoy parece un estertor de la incertidumbre inicial sobre las posibilidades de Bolivia…

En todo caso, el nacimiento y consolidación de la Primera República, no tiene como rasgo principal su inspiración republicana, por cierto: es evidente que el motivo principal de la Guerra de la Independencia fue la lucha de Poder entre españoles de Europa y españoles de América, por encima de la sangre vertida en los campos de batalla – aunque Bolívar tenga fama de haber sido un lector disciplinado de Rousseau.

El epitafio anterior está ampliamente confirmado por el alcance excluyente del Poder desde 1825 hasta la Revolución de 1952. En ese largo periodo, resulta inevitable advertir que la inmensa parte de la población ni siquiera tuvo una participación formal en la configuración del Estado. Inclusive por encima de jefazos militares de origen popular, el pensamiento se mantuvo cerca del darwinismo social de Gabriel René Moreno, aún más allá de que el escritor haya muerto expatriado. En esa perspectiva, crónicas como la de Andrés Ibáñez, ejecutado después de convertirse en una amenaza para el gobierno central, o la de Zárate Willka, ejecutado después de ser usado por los “liberales” en una falsa “guerra federal”, no hacen más que reflejar la falta de transformaciones reales, reduciendo las gestas a episodios marginales. A ello se reducen también iniciativas visionarias como la del Memorándum de 1904, que se anticipa en un siglo a la evolución demográfica y económica de Bolivia, o las reformas de los gobiernos de David Toro y de Germán Busch, luego del trauma general de la Guerra del Chaco, que son la antesala de los cambios que vendrán en la segunda mitad del siglo XX.

La Primera República, no sin optimismo, es una suerte de Edad Media. Rige nominalmente una democracia censitaria, con restricciones para votar que están apoyadas, en última instancia, en oportunidades que otorga el patrimonio, y la economía, marcadamente dependiente de la minería (primero de la plata y después del estaño), apenas alcanza para dejar exorbitantes beneficios a sujetos que se codean con la realeza europea y que, a veces, practican filantropía municipal. Con ese trasfondo, la mayoría de la población continúa asentada en áreas rurales, a pesar de que el trabajo agrícola, basado en relaciones cuasi feudales, no supera los niveles de subsistencia, por falta de inversión, tecnología y vertebración, además de mercados internos consolidados que incentiven economías de escala. Finalmente, las manifestaciones culturales más populares se limitan a inspirar curiosidad eventual o estudiado desdén; la actitud de las minúsculas elites parece impermeable a la alteridad, por encima del mestizaje… Ni siquiera alcanza para preservar la integridad territorial del país, que nace a la vida soberana con una extensión aproximada de 2.373.256 km2, y que hoy tiene 1.098.581 km2, sin conservar por lo menos una salida al mar… En ese contexto, Bolivia comienza la segunda mitad del siglo XX en condiciones paupérrimas, con la tasa más baja de esperanza de vida al nacer y con las tasas más altas de mortalidad infantil y de analfabetismo en el subcontinente…

2) Revolución, ambivalencia y eterno retorno.

La bofetada del Presidente Germán Busch al escritor Alcides Arguedas es augural. Inaceptable y brutal, ahora resulta casi premonitoria. Parece el epílogo de un duelo entre el vitalismo político y el escepticismo intelectual. Una especie de prólogo de la Revolución de 1952.

La Revolución de 1952 inicia la Segunda República.

Es el punto de inflexión entre el “Ancien Régime” y lo que sucede hoy, más allá de los vericuetos impredecibles del liberalismo político boliviano, que tiene deslealtades insoportables con el liberalismo político francés.

La conquista del voto universal define las cosas. Su peso moral alcanza para disimular las frustraciones materiales de la Nacionalización de las Minas y de la Reforma Educativa. Y la insuficiencia liberal del Código Davenport en el sector petrolero. El voto universal es el antecedente Moderno de la reivindicación del “indio”, sin necesidad de tener un presidente “indígena”; es decir, militando en la política de la mano de señoritos que hicieron la “Revolución Nacional” y que eran parte de un mundo que vivía confundido entre el fascismo, el marxismo y el liberalismo.

La ambivalencia ideológica de este periodo se puede advertir en la implacable persecución a los retaceados espacios de oposición, con episodios como la muerte de Óscar Únzaga de la Vega, o con extremos como la detención y el exilio de dirigentes cívicos por exigir el pago a los departamentos de las regalías petroleras establecidas por ley en 1938, derecho que inclusive se tuvo que “aclarar”, mediante otra ley de “Artículo Único”, el 21 de diciembre de 1959.

En todo caso, el voto universal no alcanza a ser completamente desvirtuado ni siquiera con el golpe militar de 4 de noviembre de 1964, que pone fin a la Segunda República, porque obliga a los Generales a revestirse de pudor social, a pesar de capítulos violentos, como el de la “Masacre de San Juan” en los centros mineros de Siglo XX, Catavi y Llallagua, el 24 de junio de 1967.

En ese contexto, el episodio que concita la atención mundial, es la derrota de la guerrilla liderada por el revolucionario marxista Ernesto Guevara (“Che Guevara”), ejecutado el 9 de octubre de 1967. Parece claro que el lugarteniente de Fidel Castro en la Sierra Maestra no alcanza a conquistar, ni en lo ideológico ni en lo popular, el imaginario colectivo de la Revolución de 1952, enarbolada también por los militares bolivianos que dirigen la resonante victoria…

Es lo que pasa con Barrientos en 1964 y con Torres en 1970, que se plantean «recuperar los valores de la Revolución del 52», presumiendo que sus referentes originales habían traicionado la continuidad de la gesta… Ovando, como no era histriónico, pasa casi desapercibido, no obstante la nacionalización de la Gulf; los jóvenes integrantes de su gobierno eran austeros como él (pienso en José Ortiz Mercado, Flavio Machicado Saravia y Roly Aguilera, que tuvieron que salir al exilio poco después, en el gobierno de Banzer). Hugo Banzer Suárez fue Ministro de Educación y Cultura en el gobierno de Barrientos, que postulaba «volver» a la “Revolución Nacional”…

A Banzer, ya como dictador, le toca un escenario económico internacional muy favorable para Bolivia por la crisis mundial del petróleo, que recicla los ingresos extraordinarios de los países árabes a los países en desarrollo en forma de deuda externa. Fue una oportunidad claramente desperdiciada, que lejos de generar condiciones para el desarrollo productivo, se convirtió en el antecedente inmediato de la inflación del tipo de cambio que se inició a principios de los años ochenta, condenando al primer gobierno de la restauración democrática a enfrentar una espiral hiperinflacionaria sin precedentes, que casi termina con el nuevo ensayo Republicano.

Pero antes de llegar al 10 de octubre de 1982, no se puede desconocer la obsesión circular de ignorar el veredicto de las urnas, porque entre el 1° y el 16 de noviembre de 1979, costó la vida de centenares de personas en las calles luchando contra el golpe de Alberto Natusch Busch. Fue el enésimo intento militar de burlar la democracia, que tenía como antecedente inmediato el pintoresco fraude de Juan Pereda Asbún, el delfín de Banzer… De todas formas, si el coronel Banzer parecía salido de un libro de Arguedas, en el caso del personaje siguiente, el general Luis García Meza, la situación desborda el análisis: los asesinatos deliberados de Luis Espinal, de Marcelo Quiroga Santa Cruz y de ocho dirigentes del MIR en el “operativo de la calle Harrington” son una agresión al rubor de cualquier persona, sin importar credo o ideología…

Cuando tenía cinco años entré a la cárcel de San Pedro a visitar a mi padre, tomado de la mano de mi hermano Iván, que había cumplido cuatro. Roberto Barbery Flores era militar. Y cruceño. Para él hubiera sido más fácil ser ministro que estar preso. Sin embargo, no pensaba igual que Banzer. Y en ese momento, en los cuatro puntos cardinales del planeta, la agenda política se reducía a una lucha sin concesiones. Era el sino de los tiempos. No hay queja.

En el siguiente Capítulo de este breve ensayo se aborda la Tercera República, que luego de 18 años ininterrumpidos de dictaduras, comienza el 10 de octubre de 1982. El énfasis principal está en el periodo que se inicia en agosto de 1985 y culmina en enero de 2006: la etapa del liberalismo político y económico que, con todas sus imperfecciones, definió las bases para el crecimiento económico y el desarrollo social. Luego se aborda el paréntesis de casi 20 años del Estado Plurinacional, con su enfoque culturalista, su desprecio institucional y su oportunidad económica, extraordinaria y desperdiciada. Finalmente, la Cuarta República…

*

Una vez leí en una estación de subte en Buenos Aires una frase que no recuerdo. Al día siguiente la habían tachado ostentosamente. Al día siguiente leí debajo esta nota: “Hacé la tuya, no borrés”.

Por Roberto Barbery Anaya, abogado y escritor.

Desde que lanzamos Ideas Textuales, nuestro objetivo ha sido narrar reflexiones e historias que no salen en las noticias habituales.  

Este proyecto es independiente, sin auspiciantes políticos ni corporativos. Lo sostenemos  con nuestro tiempo, esfuerzo y una profunda convicción de compartir nuestras lecturas y escrituras.

Si este espacio te ha hecho reflexionar, te ha llegado, informado o inspirado, podés apoyarlo con un aporte voluntario.

Cada donación nos permite seguir escribiendo, investigar más a fondo y llegar a más personas con historias que valen la pena.


Descubre más desde Ideas Textuales®

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.