José Antonio Kast ganó las elecciones en Chile. Era previsible.

Lo que llama la atención es la lluvia de etiquetas: ‘ultraderechista’, ‘ultraconservador’, ‘de extrema derecha’.

La prensa internacional y prácticamente toda la boliviana, incluso los medios más serios, repiten el libreto sin pestañear.

¿Cuál es el problema de llamar ‘ultraderechista’ a Kast o a cualquier otro líder situado a la derecha del ‘consenso progresista’?

La respuesta está en la asimetría en el uso de las etiquetas políticas. El término ‘ultraderecha’ se emplea con comodidad y frecuencia para describir a líderes o partidos de derecha.

Sin embargo, para esos mismos medios y periodistas parece no existir la ‘ultraizquierda’.

Con ese sesgo, los medios logran que las audiencias construyan una visión desequilibrada de la política: el peligro es siempre la derecha, mientras que la izquierda nunca merece el calificativo de ‘ultra’.

De este modo, el adjetivo deja de describir para convertirse en un instrumento de calificación moral y, en casos como este, de generación de miedo ante lo que se presenta como ‘ultraderecha’.

No ocurre sólo con Kast. También con el ‘ultraderechista’ Jair Bolsonaro, el ‘ultraconservador’ Donald Trump y otros líderes similares.

Con los dirigentes de izquierda, en cambio, se aplica generosamente una absolución semántica.

Ninguno es ‘ultraizquierdista’, ni de ‘extrema izquierda’ o de ‘izquierda radical’.

Ni siquiera cuando defienden o lideran dictaduras comunistas, promueven o justifican la expropiación de la propiedad privada, rechazan la economía de mercado o anulan las libertades individuales en nombre de un supuesto bien colectivo.

Tampoco importa si violan sistemáticamente los derechos humanos o impulsan modelos económicos fracasados que empobrecen a la población.

Los ejemplos abundan.

Fidel Castro, responsable de una dictadura atroz de más de seis décadas, es presentado como ‘líder revolucionario’ o ‘histórico dirigente socialista’. ¿Alguien recuerda haberlo visto calificado como ‘ultraizquierdista’ o ‘ultracomunista’?

Del Che Guevara ni hablar: ‘guerrillero heroico’, ‘idealista comprometido’ y otras falacias. Nunca fue ‘extremista’ ni ‘ultraizquierdista’. ¡Cómo! Si incluso lo llaman ‘el Santo de Vallegrande’.

Hugo Chávez fue ‘presidente socialista’ y ‘líder bolivariano’, pero jamás ‘ultraizquierdista’.

¿Y Nicolás Maduro? Rara vez aparece como algo más que un tibio ‘dictador’. Nunca como ‘ultraizquierdista’.

Vladímir Putin es el ‘hombre fuerte’ o el ‘líder nacionalista’. ¿’Ultraizquierdista’? Ni en las peores pesadillas, pese a su origen en el aparato soviético y a su reivindicación del pasado comunista.

¿Y por casa, cómo andamos?

Para los medios nacionales, Evo Morales nunca fue ‘de izquierda radical’ ni ‘ultraizquierdista’. Fue siempre el ‘líder indígena’.

Así, la ‘ultraderecha’ o la ‘derecha radical’ son presentadas como ideológicamente peligrosas. Pero la ‘ultraizquierda’ no existe; la ‘izquierda radical’, tampoco.

Para estos últimos opera una absolución semántica: son simplemente de izquierda, socialmente comprometidos, trabajan por los más necesitados y por los pobres.

Y no se trata de negar la existencia de la ultraderecha. Seguramente existe. Pero ése no es el punto central de estas líneas. Si hay ultraderecha, con la misma lógica debería reconocerse la existencia de la ultraizquierda, que curiosamente suele ser menos democrática y menos pasajera en el poder que la primera.

El verdadero problema es el desbalance, el embuste ideológico, la treta —consciente o inconsciente— y la manipulación del lenguaje, que condiciona la percepción, jerarquiza, adoctrina, condena, que absuelve a unos y demoniza a otros.

Cada vez que se habla de ‘ultraderecha’ se polariza de manera asimétrica, se empobrece la discusión democrática y se etiqueta no con criterios consistentes, sino según simpatías o aversiones ideológicas.

Por Juan Carlos Rocha, periodista boliviano.

Imagen: José Antonio Kast, líder del Partido Republicano de Chile, y Jeannette Jara, militante del Partido Comunista de Chile.


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